El gran terremoto de Valparaíso de 1906 –ocurrido el 16 de agosto y que afectó la zona central de Chile– dejó 3.000 muertos en Chile, y detonó en el país la necesidad de la medición instrumentalizada de los terremotos y el inicio de la sismología científica. Este hito, además, marcó el comienzo de la definición de planes de emergencia y el diseño de políticas públicas en un territorio que había sido golpeado en varias oportunidades por grandes movimientos telúricos.
“El cambio de siglo propició también un cambio en el paradigma chileno frente a la ciencia y la necesidad de su profesionalización”, asegura la doctora y magíster en Historia de la Ciencia y Comunicación Científica, Lorena Valderrama, quién realizó una charla magistral en el Campus San Joaquín, invitada por el Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres, CIGIDEN.
El eje de la investigación desarrollada por la también académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Alberto, configurando la experticia novocentista en Chile, que dió el nombre a la charla magistral donde expuso desde una perspectiva historiográfica, los momentos que definen el comienzo de la articulación científica sísmica en Chile.
Observación del fenómeno
Según la evidencia encontrada, dice Valderrama, el interés científico del Presidente de la época Pedro Montt, propició que desde la institucionalidad se comenzara a ver con cierta desconfianza el hasta ahora único método de comprensión de los terremotos: la sola observación del fenómeno y su respectiva grafía. “Se trataba de un relato escrito, con completa descripción de lo observado y que dio paso a otra grafía, pero ahora instrumentalizada, una medición técnica del evento. Este giro tecnológico permitirá la construcción de las primeras bases de datos para definir una historia sísmica de un sitio en particular”, cuenta la doctora en historia.
Loreto Valderrama cuenta, que meses después de ocurrido el gran terremoto el 1906, creó la Comisión Científica de Estudios del Terremoto (agosto de 1906), sin embargo, ninguno de sus integrantes tenía alguna experticia relacionada con el estudio de terremotos o con la observación sísmica. “Quién dirigía la comisión era el director del Observatorio Astronómico, institución que hasta ese momento era la única que contaba con la instrumentación necesaria para la observación de sismo”, cuenta la académica.
Según cuenta la académica, la creación en 1908 del Servicio Sismológico de Chile, fue luego de más de cinco años de negociaciones internas, y su primer director Montessus de Ballanore -un conde francés, era un completo aficionado que no tenía formación del tipo geológica, ni geográfica ni nada relacionado con la sismografía, pero se había ganado reconocimientos de la Academia de Ciencia del París, por libros que habría escrito de sismología y por participar de una red de observatorio de sismos. “Ballanore fue una especie de ‘catalogador de terremotos’, llegando a registrar 170 mil terremotos en el mundo, sin embargo, nunca logró el financiamiento para publicarlo”, cuenta la historiadora.
Red observación sísmica
Este servicio que dirigió Ballanore, fue el antecesor del Centro Sismológico Nacional de la Universidad de Chile, que amplió las iniciales redes de observación, pasando desde los guardianes de faro y los telégrafos, a los sismógrafos que permitieron la instalación de una red integrada de centrales de observación sísmica.
El estudio de la doctora Valderrama es un aporte sustancial a la construcción historiográfica de la profesionalización de la ciencia en Chile, y del entendimiento de la modernización de los estudios respecto a terremotos y sus efectos, y que hoy profundiza en el Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres y que se ha traducido en eficientes cambios en la gobernanza del riesgo y las políticas públicas.
Crédito fotografía
«Terremoto de 1918». Fotografía de José Olivares Valdivia, Museo Regional de Atacama.