Mucho se ha hablado de las marejadas “anormales” que visitaron nuestra costa estos días. Las imágenes del oleaje en todo su esplendor ingresando en zonas que normalmente debieran estar secas, contradicen no solo la idea de ese mar que tranquilo te baña, sino que nos hacen preguntarnos por nuestra seguridad, la de la infraestructura, y el cómo nos relacionamos con la costa.
En realidad, las marejadas no fueron anormales. Fueron olas, comunes y corrientes, pero que fueron más intensas que lo que habitualmente observamos. Como todas las cosas en la naturaleza, a veces se manifiestan con más energía y otras con menos. Nadie llama como anormal el día en que no hay oleaje, pero ahora que las olas causaron daño y destrucción, nos llama la atención.
Las olas que bañan nuestras orillas se generan debido al viento que sopla sobre el océano, en nuestro caso el Pacífico. En verano, gran parte de nuestras olas han viajado desde Alaska y en invierno son principalmente del Pacífico sur. Las playas son el lugar donde la energía de las olas se pierde y casi desaparece, en una vorágine de espuma, ruido y un poquito de calor.
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