Hace casi tres décadas, un fenómeno climatológico de intensas lluvias en la Región de Antofagasta precipitó uno de los desastres más violento que ha experimentado el norte de Chile: una serie de aluviones que impactaron a las ciudades de Antofagasta y Taltal, y otras localidades más pequeñas. Durante la madrugada del 18 de junio de 1991, en un lapsus de tres horas, cayeron entre 17 y 42 mm, considerando que en promedio en unos de los desiertos más áridos del mundo, las precipitaciones máximas diarias en uno de los desiertos más áridos del mundo, no supera los 2 milímetros.
Para que se desarrollara tal nivel de daños en la ciudad de Antofagasta producto de los aluviones, existieron varios factores: “Se desarrollaron características climáticas inusuales para el norte del país, la geomorfología propia de la ciudad, la inexistencias de obras de mitigación para ese entonces y, por último, las características de materialidad de las viviendas y la planificación territorial”, afirma Francisca Roldan, investigadora del Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres, CIGIDEN, y geóloga de la Universidad Católica del Norte.
Población vulnerable
Por otro lado, Antofagasta cuenta con una cantidad considerable de cuencas hidrográficas, donde todas ellas desembocan hacia el oeste, coincidiendo con la zona urbana de la ciudad. Por eso, en 1991 las mayores activaciones de quebradas se concentraron en; La Chimba, Farellones, Salar del Carmen, La Cadena, El Ancla, Baquedano, El Toro, La Negra, Jardines del Sur, Huáscar y El Way, siendo la quebrada del Salar del Carmen y La Cadena las que causaron mayores pérdidas y daños en la población. A su vez la mayoría de estas viviendas cercanas a la desembocadura de las cuencas son de material informal de desecho y por ende, con baja resistencia ante el desplazamiento de remociones en masa o aluviones.
“Durante el eventos del 18 de junio, además, la activación de las quebradas sucedió una hora después iniciadas las lluvias, teniendo cortos tiempos de concentración y formándose flujos con velocidades de 15 a 30 km/hr, con un gran poder destructivo. Todo esto condujo a que los flujos dañaran gravemente varios sectores de la ciudad, evidenciando la falta de preparación previa ante este tipo de eventos naturales, ya sean por la falta de construcción de obras de mitigación, estudios, alarmas preventivas como falta de educación aluvional en la población”, asegura Francisca Roldan.
Estudio de La Chimba
El estudio determinó que una activación de las quebradas del sector de la Chimba, dejaría zonas con mayor susceptibilidad: la calle S/N no pavimentada al norte del Vertedero Municipal, la calle Los Topacios, la calle Huamachuco, la calle San Martín de Porres, la calle Pirita, la calle Sierra Nevada, la zona central del Vertedero Municipal La Chimba, incluyendo la calle Patricio Infante y el área este de la zona de extracción de áridos. Esto incluye áreas urbanas, industriales y campamentos de La Chimba, tales como: La Quebrada, La Lucha es Posible, Luz Divina VI y un barrio transitorio cuya administración está bajo el cargo del sacerdote Padre Felipe Berrios.
De acuerdo a Francisca Roldan, para cuantificar el daño en áreas urbanas en caso de generarse aluviones, se observa el desplazamiento de estos flujos en terreno, con el objetivo de cuantificar y caracterizar las rocas o sedimentos presentes y así determinar las áreas mayormente susceptibles a este tipo de flujos. Hoy existen, además, nuevas herramientas de investigación como simulaciones de inundaciones con imágenes LIDAR, que permiten analizar otras características de las cuencas, incluyendo tipos de suelo presente en las quebradas, datos físicos como pendientes, áreas y perímetros entre otros (análisis morfométrico) e incluir caracterización hidrometeorológica, es decir, estudio de los fenómenos meteorológicos (lluvias) en relación directa con la hidrología (estudio de aguas terrestres)”, explica.
La Chimba tiene un alto riesgo, plantea la geóloga UCN, porque la mayoría de los estudios de remociones en masa (aluviones) de Antofagasta se basan en el evento aluvional de 1991, excluyendo esta zona en particular debido a la poca población residente para ese entonces. “Por otro lado, la presencia del Vertedero Municipal La Chimba en plena zona de desembocadura y aledaña a sectores urbanos –con un área mayor a 700.000 m2 y alturas que alcanzan los 95 m– y una gran área de extracción de áridos que superan los 800.000 m2,, pudiendo ambas áreas, incrementar el poder destructivo de los flujos aluvionales si estos se desarrollan”, explica Roldan.
Obras de mitigación
Según Francisca Roldan, se ha demostrado que las piscinas decantadoras son efectivas para muchos casos de precipitaciones, pero es un error pensar que resistirán a todo nivel de intensidad de lluvias y a cualquier nivel de aporte sedimentario y material antrópico de las quebradas. “Lo ideal sería complementar estas medidas de mitigación con alertas preventivas, nuevos estudios que permitan obtener el tiempo de respuesta de las cuencas y, controlar y disminuir la cantidad de materiales antrópicos presentes en la ciudad y las zonas de extracciones de áridos. Se requiere de campañas de educación aluvional, difundir los mapas de amenazas existentes para tener una población más preparada, no solo en Antofagasta, sino en todo el país”, concluye.